Pinceladas Esther

Pinceladas Esther
La riqueza de cada casa está en la capacidad de sus habitantes y de dejarnos sorprender por la vida, cada situación requiere esfuerzo. Abrir cajar y armarios siempre remueve la historia compartida y prepara para lo que está por llegar.

miércoles, 27 de junio de 2018

Sin tierra ni lugar



Hace unos días viví una de las situaciones más difíciles profesionalmente que me ha tocado, no lo esperaba, al menos no tal como sucedió.
Vivir en una casa de acogida porque tu situación te ha llevado a perderlo todo, ya es de por sí, difícil de asumir, aún cuando vienes de años privado de libertad y de dos meses esperando la deportación, todo ello no te hace recibir la oportunidad como tal de forma natural.
Sí, esta es muy resumida la historia del protagonista que inspira mi reflexión de hace unos días y de aún hoy.
Cuando has dejado todo: familia, país, tierra, historia, raíz... todo lo que te ha configurado para buscar un porvenir, y lo que vives es tan complicado, pero además lo vives sin "papeles" sin nada que te otorgue una identidad jurídica en ningún país,  entonces lo que parece vivirse es en un túnel largo, tan largo que no te permite ver la salida, ni tan siquiera la luz.
Así era la vida de este señor, de tal modo que sus llegadas a casa eran cada vez más conflictivas, por lo que llegó el día que había que decirle que no viniera.
Y aquí nos brindó toda clase de ofensas, en especial, y sorprendentemente para mí porque se escudó en el color de su piel para sentirse maltratado, ninguneado, ... ofendido.
Sé que puede parecer extraño pero me dolió que nos acusara de eso, cuando yo ni tan solo había percibido esa diferencia como tal, y así se lo expresé. "El hecho de que al venir en un estado de consumo no te permitamos entrar de nuevo, es una de las situaciones que te iguala a todos los demás, a nadie se le permite"
¿Cómo puede ser que alguien se considere tan distinto por el color de su piel Aún hoy?
Me sorprendió y me hizo pensar en que debemos hacer para que esto no siga sucediendo y no hablo de que debemos hacer unos u otros, sino todos, porque está claro que ya no es un problema de color, sino en este caso de autoestima, de considerarse igual en dignidad que el otro y esa es la misma sea cual sea el color de nuestra piel.
Sólo eliminando las barreras interiores podemos conseguir que vivamos libres de ellas también exteriormente.


jueves, 14 de junio de 2018

Ceder mi cabalgadura













Esta semana vivimos de nuevo una situación que no somos capaces de acoger para transformar, ante el cierre de los puertos a la entrada del barco Aquarius lleno de personas que han sido rescatadas en el Mediterráneo, gracias a la labor de tantas personas anónimas que trabajan para mejorar en lo que pueden lo que como sociedad no somos capaces de acoger.
Cuando uno ha podido escuchar historias de personas que han pasado por experiencias similares al salir de sus lugares de origen, optando por vivir en otros lugares, aun conscientes de estar solos, de no tener posibilidades de trabajar o de acceder a algunos de los derechos que tienen las personas autonomas, algo tan simple como una documentación.
Por fin, el gobierno español ofreció el puerto de Valencia para la llegada del barco, esto es sin duda una buena noticia, lo primero es mirar lo que sucede, tomar conciencia de ello, acercarse,... compadecerse, así lo hizo el buen samaritano en aquel camino.
Hoy todo esta preparado para recibir a esas 629 personas (creo) y ofrecerles la ayuda de urgencia que requieran, cuidar las heridas visibles, ... pero ¿y después?
El protagonista de la historia después de curar las heridas, lo subió en su cabalgadura, le cedió su espacio, le ofreció un lugar que le obligaba a él a caminar, a una situación menos confortable, para acompañarle a un lugar donde pudieran continuar el proceso, acompañamiento, ... lo necesario para que aquella persona pudiera retomar la vida.
Si, como en aquella historia, la de hoy requiere de muchas ideas, de muchos compromisos, pactos,... pero sobretodo requieres de muchas personas que como ellos seamos capaces de ceder nuestra cabalgadura en favor de otro para entender lo que vive y siente.
¿Estamos dispuestos? ¿A qué? y ¿cuando?