El Espíritu
Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros.
El hombre
de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa
y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y
crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los
desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de
refrescar en profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de
paz.
¡Todos
sentimos este deseo!
Y Jesús
nos da esta agua viva: ella es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que
Jesús vierte en nuestros corazones.
« yo he
venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos dice Jesús (Jn 10,10).
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